Título: Comentarios al Banquete de Platón

Autor: Marsilio Ficino

Autor de la introducción: Mariapía Lamberti y José Luis Bernal.

Edición:

Publicación: México.

Editorial: Universidad Nacional Autónoma de México.

Año: 1994

Páginas: 186

NOTA A LA TRADUCCIÓN

El concilio celebrado en Ferrara y Florencia en 1438-1439, que vio la momentánea reconciliación de las Iglesias de Oriente y Occidente, y sobre todo la caída de Constantinopla en poder de los turcos (1453), provocaron la llegada a Italia de textos y maestros en lengua griega, marcando el triunfo definitivo de aquella corriente humanística que, nacida con Petrarca, había logrado entre otros resultados, el de configurar una cultura nacional, por encima de las subdivisiones políticas y los conflictos de intereses ciudadanos de la península.

Cultura dirigida a la recuperación de los valores morales, cívicos y estéticos de la gran época gloriosa que Italia había conocido —y dado al olvido cuando las antiguas instituciones se habían derrumbado en la catástrofe provocada por nuevos pueblos, nuevas instituciones y nuevos conceptos religiosos—, se fundamentaba, y no podía ser de otra manera, en la reconstrucción de la lengua de los padres, en pos de una perfección “clásica” (o sea entendida como imitación, y paciente investigación filológica) que la distinguiese del latín comúnmente empleado como lengua universal, y la volviese a proponer como lengua nacional. El aprendizaje del griego se vio enormemente facilitado por este consolidado dominio de las estructuras latinas, y muy pronto las versiones de una lengua venerable a la otra empezaron a multiplicarse. Pero en esta mitad del siglo que ve el triunfo de las lenguas antiguas, se reaviva también la conciencia de la necesidad de un instrumento lingüístico moderno que de las dos lenguas madres posea la ductilidad expresiva y el rigor estructural. Aunque prive en Italia, a la mitad del Quattrocento, un concepto altamente aristocrático y casi iniciático respecto a sus productos intelectuales, se abre camino una instancia de divulgación que convence a un segundo paso en las traducciones: del latín a la lengua moderna.

Ficino, con su personal traducción del tratado sobre la esencia del amor, escrito por él en latín como un  comentario a la traducción del Banquete platónico anteriormente realizada, da comienzo a aquel fenómeno de segunda filiación del italiano (pero sería menos anacronístico seguir denominándolo florentino) desde el latín, que fractura profundamente la evolución de la lengua; y si por un lado provoca una discontinuidad notoria entre la lengua florentina del Trecento y la del Quattrocento, por otro sienta las bases para la indispensable formación de una lengua común supraciudadana. Ficino moldea esta lengua de traducción sobre las estructuras sintácticas y constructivas del latín, y las fija sólidamente en el florentino, tan sólidamente que el italiano seguirá valiéndose de ellas hasta entrado el siglo XX: frases sustantivas con el verbo en infinitivo, ablativos absolutos, participios con función verbal, comparativos absolutos en superlativo, uso de tiempos y modos verbales según la consecutio latina; y sobre todo constantes inversiones sintácticas.

También en la semántica, Ficino se vale de un agudo sentido etimológico, gracias al cual cada palabra y cada verbo se ciñen estrictamente al sentido latino, entendido éste también en sus orígenes etimológicos, escindido en las partes constitutivas de la palabra o del verbo mismo si éste tiene morfología compuesta.

De allí que la palabra benevolencia signifique con exactitud filológica bene velle, el “querer bien” que abarca una gama de sentimientos y emociones mucho más amplia que la que la palabra sugiere hoy en día; de allí que, en este tratado sobre los efectos y las causas del amor, nunca se emplee el término deseo para indicar el arrebato amoroso, sino apetito, pues ad petere tiene un sentido mucho más complejo: el de la tendencia-inclinación, el de la búsqueda, y el del impulso violento. También la palabra virtud se carga

de todos los significados adquiridos durante su evolución semántica: del coraje viril de los romanos, a las dotes cristianas del alma, al sentido metafísico medieval de capacidad o poder.

La escritura se presenta por lo tanto rica en repeticiones de vocablos-conceptos que, lejos de empobrecer el estilo, enriquecen el significado del texto con una gama de implicaciones y polisemias que imponen al traductor moderno una elección, ésta sí forzosamente empobrecedora. Destacan y sorprenden más bien, en este lenguaje sostenido y áulico, las palabras cotidianas y los giros propiamente florentinos, que salpican el texto otorgándole por momentos una extraña entonación familiar. La presente traducción ha respetado algunos de estos lazos cómplices entre la lengua de partida y la lengua de llegada de la traducción del propio Ficino, para mantener en el lector curioso esta inquietante sensación de estar leyendo en latín; y para permitir al lector especializado un análisis de la terminología y de la conceptualización ficiniana lo más confiable posible.

Se ha mantenido, verbigracia, la abundancia de la palabra cosa, la res latina que indica a la vez el ser y el objeto, lo abstracto y lo material, con aquel sentido sintético y práctico que hizo de los romanos modestos filósofos pero insuperables legistas. Se ha respetado muchas veces la cláusula cadenciosa del período estructurada sobre la inversión: inversión que sirve tanto para diluir en el quiasmo las frecuentes repeticiones, cuanto para relevar el sentido del verbo y establecer jerarquías conceptuales. Finalmente, se ha empleado, en los casos en que no se veía afectada la claridad, el término más cercano al texto italiano-latino cuando su etimología podía ser todavía clara a la conciencia del lector culto de hoy. Pero sobre todo se ha mantenido la férrea consecuencialidad del discurso filosófico ficiniano: casi no hay frase que no se enlace con la anterior con un nexo coordinante, disyuntivo o copulativo; o con un nexo subordinante, relativo o causal. La puntuación, que en el original tiende a aislar cada unidad sintáctica, dependiente o independiente, con punto y coma, dos puntos o punto, se ha modificado allí donde la comprensión podía verse comprometida o dificultada.

El abundantísimo sistema de mayúsculas (que honran prácticamente todo vocablo con un contenido abstracto o espiritual), se ha reducido al nombre y a los apelativos del Dios espiritual y único, y al Amor, en todas sus acepciones, por ser el protagonista absoluto de esta reflexión mistérica. El efecto de esta distinción consiste en otorgar siempre a la entidad mencionada el valor máximo de su esencia, y no rebajarla jamás al simple nivel de función biológica o disposición psicológica. Asimismo, se ha traducido siempre por alma los dos términos que emplea Ficino: animo y anima, pues el texto no revela que el empleo del masculino y del femenino (esta última forma, por cierto, muy rara) indique dos entidades distintas. Al lector ahora queda deslindar la complejidad de las implicaciones espirituales de este texto prodigioso.

MARIAPÍA LAMBERTI

 

NOTA BIBLIOGRÁFICA

Marsilio Ficino (1433-1499), humanista y filósofo, estudió gramática y retórica en Florencia y Pisa. Cosme De Medici reconoció el especial talento del joven Marsilio, hijo de su médico personal, Diotifece (de donde el patronímico de Ficino); interesado en la difusión de la filosofía platónica, en la cual veía, más que en la aristotélica, elementos aptos para corroborar el nuevo régimen absoluto por él iniciado en Florencia, desde 1452 lo instó a ocuparse de la traducción de las obras del gran filósofo. La magna labor fue emprendida únicamente a partir de 1462, año en que Cosme instituyó la Academia Florentina, poniendo a disposición del joven Ficino su villa en Careggi. Ficino, bajo el gobierno de Lorenzo, su íntimo amigo y discípulo, la transformó en el lugar de reunión, a partir del año 1474, de la Academia Platónica.

Entre 1462 y 1468 tradujo al latín todos los textos de Platón; los de Plotino en 1492. También tradujo a Porfirio, Dionisio Areopagita y todo el Corpus Hermeticum. Convencido de la profunda continuidad entre el pensamiento platónico y el cristiano, dedicó su obra filosófica a superar el aristotelismo y la escolástica, y a la búsqueda de este filón analógico  que permitiera una conciliación basada sobre el concepto de una revelación progresiva de Dios a través del Logos.

Su obra filosófica (De voluptate, 1457; De christiana religione, 1474; Theologia platonica de inmortalitate animorum, 1482; De vita, 1489, etcétera) tuvo gran influencia sobre toda la cultura humanista y renacentista. El presente tratado, titulado Sobre el Amor, o sea Banquete de Platón, fue compuesto entre 1474 y 1475, y pretendía ser un comentario explicativo sobre el concepto del amor expresado por Platón en el Banquete y el Fedro. La intensa transformación mística de los conceptos, el sincretismo entre filosofía griega y cristianismo que Ficino logra realizar, las premisas aristocráticas que subyacen a la sistematización de la realidad amorosa, hicieron de este tratado un hito a partir del cual se desarrolló la sucesiva tratadística sobre el amor platónico, y las nuevas formas de poesía amorosa.

 

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