Título: La expulsión de la bestia triunfante.
Autor: Giordano Bruno.
Autor de la introducción: Ernesto Schettino
Edición: Primera
Publicación: México. D.F.
Editorial: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Año: 1991
Páginas: 261
Prólogo.
[…] recordando el pasado, ordenando el presente y previendo el futuro.
Giordano Bruno
¿Por qué Giordano Bruno?
La idea de publicar una obra de Giordano Bruno en la colección Cien del Mundo nos pareció realmente afortunada y útil, pues el objetivo de la misma es presentar al gran público una muestra representativa de los grandes autores de la humanidad. Y Bruno es, sin ninguna duda, uno de los pensadores a los que ésta debe más en su desarrollo intelectual.
Pese a que hubo de pasar mucho tiempo para que Bruno obtuviera cierto reconocimiento (aún escaso desde nuestro punto de vista) por sus enormes aportaciones al avance del pensamiento humano, y aunque consideramos que deberá pasar otro tanto para que el juicio sobre su obra sea suficientemente objetivo, completo y justo, hoy en día son pocos los sectores que todavía pretenden borrar de la historia todo vestigio de su vida e ideas, como muchos lo intentaron desde los tiempos en que vivía.
En la “Introducción” a La cena de las cenizas intentamos dar una explicación de las causas religiosas, políticas, personales e intelectuales de semejante actitud y olvido. Aquí expondremos brevemente el marco en que se desarrolló el pensamiento bruniano, apuntando los principales marcos de referencia de su obra.
Giordano Bruno nació en Nota en 1548, en plena etapa de madurez del Renacimiento. Para entonces el sistema capitalista comenzaba su proceso de consolidación a través de generar nuevos productos, instrumentos y formas de producción, de nuevas relaciones mercantiles, de formas más avanzadas de apropiación, del desarrollo de la conquista y colonización del llamado Nuevo Mundo, de la formación del mercado mundial, así como del establecimiento de fórmulas mercantilistas, monopolistas y proteccionistas por parte de las nacientes potencias europeas, convertidas —con el apoyo de la burguesía y de una nueva nobleza— en grandes Estados nacionales bajo la estructura de monarquías centralizadoras.
Este proceso revolucionario en la estructura económica y económico-política, el tránsito del mundo feudal al moderno capitalista, no podía darse sin grandes procesos de ajuste, sin enormes contradicciones y conflictos, sin profundos cambios y tensiones en todos los niveles; magnificados, en lo externo, por las relaciones internacionales acrecentadas por el surgimiento del mercado mundial y la formación de los grandes imperios coloniales; y ampliados, en lo interno, por los conflictos intestinos a nivel nacional entre clases, partidos y facciones que, por lo demás, no tenían comparación con la estrechez del mundo feudal.
Las guerras contra moros y turcos, las insurrecciones campesinas, los movimientos revolucionarios y populares, los procesos por la consolidación de la nueva monarquía, las guerras de conquista y colonización, los conflictos ideológicos en el seno de la Iglesia, la Reforma y la Contrarreforma, las guerras de religión, las luchas por el poder en todos los niveles, el ascenso político de la burguesía, el desarrollo de la nueva piratería, financiada por las naciones afectadas en el reparto del Nuevo Mundo, sobre todo en el Atlántico, no son más que algunos de los grandes fenómenos en el nivel socio-político que acompañaron a aquellos otros, pero que se traducen en una infinidad de fenómenos particulares de gran riqueza histórica.
Esta serie de trascendentes acontecimientos, que modificaron tan radicalmente todas las formas del ser social, repercutieron en y se realimentaron con los productos del pensamiento y de la sensibilidad artística y literaria, correspondiendo el desarrollo de éstos con aquéllos.
Puede concebirse al mundo intelectual y artístico del Renacimiento como su principal y más rico producto histórico, pero éste no se comprende sin el de la economía y el de la política. El Renacimiento rompió la estrechez del mundo medieval tanto física como mental y prácticamente, ampliando en una enorme escala las posibilidades del ser humano. Los descubrimientos geográficos, las conquistas, la colonización y el desarrollo del mercado mundial van de la mano con las nuevas concepciones del mundo y la destrucción del geocentrismo y del universo finito. La idea medieval del hombre como un ser caído, pecador, impotente y limitado, cede su lugar a la del ser creador, capaz de representar cualquier papel en el gran teatro del mundo, desde los sujetos más despreciables e ínfimos hasta a los propios dioses, como un ser dominador de la naturaleza a través de su actividad, del conocimiento, de la ciencia y de la técnica.
“El Renacimiento no es, pues, tan sólo el rescate de los modelos y textos griegos y romanos, como pretendía Giorgio Vasari en las Vidas de artistas ilustres. Es mucho más: una fase esencial en el desarrollo histórico de la humanidad, una gran época de revolución social, que responde al tránsito del feudalismo al capitalismo, con sus etapas de crisis generalizada del sistema anterior y de formación y de consolidación del nuevo; que reúne, por lo mismo, residuos y reminiscencias de lo medieval, a la vez que produce las formas germinales, los desarrollos y anticipos del mundo moderno. Es, en síntesis, una era crítica, de cambios radicales, tránsitos constantes, agitación, inestabilidad, confusión, lucha, apasionamientos, contradicciones, grandes contrastes, de riquezas culturales insospechadas, en la cual los elementos de la civilización en decadencia se mezclan con los de la que está surgiendo.
En este contexto, podemos decir que ningún otro pensador del Renacimiento expresa como Giordano Bruno estas realidades contrapuestas. En algunos aspectos conserva rasgos medievales, mientras que en otros es plenamente moderno, más aún, revolucionario. Y no se trata, como han pretendido algunos de sus críticos más interesados en desprestigiado, de que no exista suficiente coherencia; al contrario, pese a la exposición dialogada y a la búsqueda teórica incesante de Bruno, podemos afirmar que estamos ya ante un nuevo sistema filosófico con fuertes bases argumentativas y empíricas, capaces de sustituir, como en efecto ocurrirá, a las concepciones aristotélica y aristotélico-tomista como sustento filosófico general y estructura de soporte de la filosofía y la ciencia modernas.
Lo que sucede es que en el Nolano se encuentran todavía (como en mayor, más que en menor medida, aparecen también en los demás autores de la época) elementos, restos, vestigios de las concepciones dominantes durante la Edad Media, a la vez que se está desarrollando la verdadera revolución copernicana de la que hablaba Kant (o sea, no sólo el cambio en la concepción general del universo físico, sino también en la del conocimiento del mismo), pues en él maduran las ideas clave que servirán de base a la física moderna (especialmente bajo la modalidad galileana) y, en consecuencia, al resto de las ciencias.
Para entender mejor el papel que desempeña Bruno como base de la revolución científica del siglo siguiente, debemos señalar que en él se dan dos condiciones necesarias para lograr semejante resultado: por una parte, el Nolano representa la gran síntesis del pensamiento anterior, incluido el renacentista; y, por otra, un cúmulo de nuevas, sólidas y revolucionarias ideas.
Por lo que respecta a la síntesis, Bruno es consciente del gran pasado, de la rica historia que debe retomar y recrear, críticamente por supuesto, la cual abarca desde los textos de la antigua sabiduría de los egipcios, hasta sus propios tiempos, pasando por la Biblia, los físicos jonios, los pitagóricos, los atomistas, Platón, Aristóteles, los poetas clásicos griegos y latinos, Lucrecio, Cicerón, el Hermes Trismegisto, la patrística, los grandes pensadores árabes (particularmente Avicena y Avicebrón), los cabalistas medievales, san Alberto Magno, santo Tomás, Raimundo Lulio, David de Dinant, los físicos de París (en especial Nicolás Oresme), los platónicos de la Academia Florentina (sobre todo a Marsilio Ficino y Giovanni Pico della Mirandola), Maquiavelo, los poetas italianos del Renacimiento, Telesio, Paracelso y, en forma muy destacada, puesto que representan dos de sus fuentes primordiales, Nicolás de Cusa y Nicolás Copérnico; a todos éstos los cita con mayor o menor frecuencia, se apoya en ellos, los recrea y cuestiona cuando es preciso.
Bruno utiliza en diversas formas (tanto positiva —materiales de su propia construcción teórica— como negativamente —obstáculos a quitar o deformidades a destruir) las ideas, tesis, problemáticas, concepciones de éstos y muchos otros pensadores de todo tipo, incluyendo a los que son tomados por perniciosos y son objeto de sus severas críticas, que van apareciendo de una forma u otra en los escritos brunianos, como podrá observarse a lo largo de La expulsión de la bestia triunfante, que en este sentido es uno de los textos más ricos en el manejo de su inmenso, variado y sólido bagaje cultural.
Respecto de esto último, debemos mencionar que la inmensa cultura y gran memoria de la que hacía gala Bruno fue una de las causas de que con frecuencia fuera considerado brujo o mago, y que tan fatales consecuencias le trajo durante su vida, desde la estancia en el convento en Nápoles hasta su muerte en la hoguera de Campo di Fiori. Lo cierto es que había desarrollado, como parte de su gnoseología y metodología, estructuras y prácticas mnemónicas al estilo del arte de la memoria de Lulio, aparte de su privilegiada capacidad de retención.
La filosofía de Bruno (o, como a él le gustaba denominarla: la nolana filosofía), su gran síntesis o summa, a pesar de la extraordinaria cantidad y calidad de antecedentes que comporta, no es ni remotamente ecléctica ni caótica, sino profunda, peligrosamente crítica e internamente sistemática, como es fácil de advertir en la lectura de La expulsión de la bestia triunfante o en cualquier otra de sus obras (con mayor facilidad en las de contenido cosmológico u ontológico, por ser, en cierto sentido, concepciones más redondeadas, pese a su forma dialogal o poética). Esto es aún más meritorio, pues la solidez del edificio teórico aristotélico, apuntalado por el tomista, le había permitido sobrevivir cerca de dos mil años como el modelo teórico cosmológico por excelencia.
Los méritos de Bruno se acrecientan si tomamos en cuenta que le tocó vivir en la etapa de mayor conflicto dentro del Renacimiento, la de la Contrarreforma, que volvía sumamente peligroso pensar por cuenta propia, haciendo a un lado dogmas y cuestionando los argumentos de autoridad para establecer tesis nuevas y sostener lo que la evidencia personal mostraba como la verdad. Esta terrible lucha contra la Inquisición en su momento de auge o sus semejantes en países protestantes, el dogmatismo de los considerados sabios locales, los prejuicios y prohibiciones y los intereses creados de orden ideológico-político, no era tarea fácil, como nos muestra la historia intelectual de la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVII.
Ahora bien, ¿cómo fue posible que en ese ambiente Bruno pudiera obtener semejante cultura y llegar a las nuevas concepciones? Parte de la respuesta la debemos encontrar entre bastidores del gran teatro político-religioso de la época.
El estallido de la Reforma permitió, en sus orígenes, un momentáneo fortalecimiento de la orden de los predicadores (los dominicos) dentro de la estructura ideológico-política de la Iglesia católica; ya que, además de ser aquélla el núcleo más destacado intelectualmente de la misma, en tanto era la que formaba con mayor solidez a sus frailes en las teorías aristotélico-tomistas y con otras enseñanzas, los movimientos y tendencias protestantes habían surgido de manera primordial en otras órdenes religiosas, como los agustinos o los franciscanos, debido en especial a que los excesos, lujos y negocios de la Iglesia chocaban con sus propios principios.
Para combatir al protestantismo y las demás secuelas del desorden religioso (herejías, magia, brujería, prácticas demoniacas, etcétera), resultaba indispensable fortalecer a los paladines teórico-prácticos de la Iglesia, que eran sobre todo los dominicos; aunque pronto, justo en la segunda mitad del siglo XVI, y apoyada abiertamente por España, se presentará la competencia de la Compañía de Jesús, iniciándose un tenebroso conflicto entre estos dos grupos clave de religiosos católicos que tendrá una fuerte y fatal repercusión en la persona del Nolano.
Al ser, en principio, los dominicos la cabeza de la lucha contra el protestantismo, sus integrantes requerían tener la formación e información adecuadas para las prédicas, las polémicas, exorcismos u otras prácticas de contrarresto; es decir, requerían tener acceso a las fuentes del bien y del mal. En pocas palabras, los miembros —al menos los más destacados— de la orden de los predicadores tenían la necesidad, la posibilidad y la libertad para leer libros prohibidos por el index. Gracias a esta coyuntura, Bruno tuvo la oportunidad de leer muchos de estos textos en el convento de Santo Domingo en Nápoles, como puede observarse a través de sus obras.
Pero la libertad tiene precio. Bruno destacó pronto por su capacidad teórica, su afán de saber y avidez de lectura, pero también por su independencia de criterio y franqueza de expresión, conjunto de cualidades que, aunadas a la fama de mago, se convirtieron en una fórmula explosiva que no pudo controlar la disciplina conventual. El marco de ésta era insoportable para un intelecto incontenible como el del Nolano. Después de haberse doctorado (1572) y de dos procesos dentro del convento por manifestaciones poco amistosas para con algunos de sus hermanos en religión, así como fuera de la ortodoxia respecto a los dogmas del catolicismo, Bruno termina por huir (1576) a Roma y luego al norte de Italia, comenzando así un largo peregrinaje que no parará sino hasta su encarcelamiento en Venecia (1592) y luego en Roma, hasta su muerte (17 de febrero de 1600) en esa ciudad, en la plaza de Campo di Fiori.
Su peregrinaje lo hace en busca de libertades espirituales, pero también de apoyos económicos y de realizaciones intelectuales. En ocasiones encuentra alguna de éstas, pero nunca todas juntas (lo más aproximado será su estancia en Inglaterra, pero a través de La cena de las cenizas y de La expulsión de la bestia triunfante nos podemos percatar qué tan lejos estaba de alcanzar una situación ideal). Tres lustros durará su peregrinaje por diversas parte de Europa: cuatro años entre Roma, Siena, Noli, Venecia, Lucques y Chambéry; doce meses de terrible experiencia entre los calvinistas de Ginebra; poco más de un año entre Lyon, Aviñón, Montpellier y Toulouse, con algunos importantes éxitos, y también sobresaltos a causa de las guerras de religión; dos años en París bajo la protección del rey Enrique III, quien lo apoya ampliamente (1581-1583), gracias a lo cual logra sólidas realizaciones académicas, pero de nuevo las controversias del Nolano y las guerras de religión obligan al rey a enviarlo a Inglaterra con su embajador, el señor de Mauvissiere (Michel de Castelnau); residencia por dos años en Londres, con una fecunda producción editorial (ahí publica la mayor parte de sus diálogos italianos), apoyado por importantes nobles ingleses como Sidney y Greville; nueva estancia en París por más de un año, con importantes publicaciones, pero las complicaciones político-religiosas del reino de Francia y una desafortunada lectura en el Colegio de Cambrai (el actual Colegio de Francia), provocan la migración; Marburgo y Wittenberg le son favorables por un tiempo similar, pero la muerte de su protector y la hostilidad del sector calvinista lo obligan a continuar hacia otros sitios; Praga y Helmstadt representan una nueva etapa de casi un año, para partir de nuevo, ahora hacia Frankfurt y Zurich; pero, cansado de huir y con la nostalgia del retorno a Italia, acepta en 1591 volver a Venecia, para ser denunciado y entregado a la Inquisición por su discípulo y anfitrión, el noble Mocenigo, irritado al parecer por lo que creía era renuencia del Nolano a compartir con él sus artes mágicas.
Quince años de un lado a otro, con serios problemas, disputas y persecuciones. Y, sin embargo, en esas condiciones produjo más de 40 obras, que sobrepasan las 5 mil páginas, de los más diversos contenidos (filosofía natural y moral, cosmología, mnemotecnia, ontología, literatura, magia natural y poesía), con ideas y tesis originales y básicas para el desarrollo del pensamiento humano, lo cual lo convierte en uno de los intelectuales más admirables en la historia de la cultura. A lo anterior habría que agregar que contaba apenas 44 años cuando, al encarcelarlo, la Inquisición cortó su vena de escritor.
Pero más importante que el volumen y la variedad temática es el contenido, lo revolucionario y trascendente de sus teorías. Y, sin lugar a dudas, las más importantes son las nuevas concepciones generales del universo, la materia y el alma, de las cuales dependerán muchas otras tesis concretas, entre las cuales están las relativas al ser humano, con proyecciones —directas o indirectas, francas o vergonzantes— a los más importantes autores de fines del siglo XVI y de todo el XVII: Campanella, Gilbert, Bacon, Brahe, Galileo, Kepler, Descartes, Spinoza, Leibniz, Toland, etcétera; aparte de otros autores y núcleos menos académicos y positivos, que también tendrán en Bruno una de sus principales fuentes.
Una de las aportaciones fundamentales de Bruno al desarrollo de la filosofía y la ciencia modernas fue la nueva cosmología, su concepción general del universo, que podríamos denominar, sin temor a equivocarnos, como la verdadera revolución copernicana, ya que llevó a sus últimas consecuencias las ideas contenidas de manera implícita en De la revolución de las esferas celestes de Copérnico, además de ir mucho más allá.
Lo anterior podemos entenderlo en varios sentidos: en primer lugar, porque la obra estaba prácticamente olvidada, en especial debido al prólogo de Osiander, que Bruno denuncia con vehemencia; segundo, porque Copérnico no había roto con la estructura aristotélica de un mundo finito, de centro fijo y una serie de esferas celestes, correspondientes a los diversos planetas y la de las estrellas fijas o bóveda celeste; tercero, porque no toca para nada la teoría de los elementos, conservando así casi toda la teoría aristotélica de los meteorológicos y la división del mundo en celeste y terrestre; cuarto, porque con lo anterior dejaba una gran cantidad de problemas sin tocar, con todas sus consecuencias.
Bruno arrasa con esos aspectos supervivientes, desarrollando una concepción global y coherente, que sirvió de base para el desarrollo de la física clásica a partir de Galileo.
Ante todo asume la idea de un universo infinito, en el cual no existe un centro absoluto, puesto que en el infinito no hay arriba o abajo, derecha o izquierda, sino sólo posiciones relativas al observador. Ante las posibles objeciones teológicas, toma como base las tesis de Nicolás de Cusa de que no podemos limitar la potencia divina con un mundo finito, imperfecto, limitado. Distingue ampliamente entre universo y mundo (o, mejor dicho, mundos, en plural).
A partir de lo anterior, se desvanecen las esferas celestes (Bruno llama de “cebolla” a esta concepción del universo, en virtud de las capas o esferas celestes con las que lo imagina), sustituyéndolas por la teoría de los sistemas solares, ya que replantea la idea copernicana del heliocentrismo, extendiéndola al conjunto del universo y sosteniendo que las estrellas son otros tantos soles con sus respectivos planetas —como el nuestro— y, al igual que en este caso, con posibles lunas y hasta formas de vida semejantes.
Así, los mundos se conciben innumerables y tan perfectos o imperfectos como el que vivimos, o sea, plantea la tesis de la homogeneidad de la materia en el universo, descartando la dualidad de físicas (celeste y sublunar), con consecuencias fundamentales para el estudio de los fenómenos celestes.
Las distancias entre los cuerpos celestes se conciben mucho mayores de lo que había pensado Copérnico, quien a su vez las había ampliado con respecto a lo que había sostenido Ptolomeo, dando la explicación de las apariencias provocadas por las mismas. Bruno le saca jugo a la tesis copernicana de los movimientos terrestres, extrayendo nuevas conclusiones respecto a los de rotación y traslación, sosteniendo el movimiento polar que apenas si se había esbozado en De Revolutionibus, y añadiendo audazmente un movimiento zodiacal, que por mucho tiempo se tomó como una simple locura junto con el polar, pero que ahora se ha reconsiderado en virtud de los movimientos del sistema solar en el marco de la galaxia.
Aunque con muchos elementos especulativos, Bruno prácticamente resuelve el problema de la gravedad y sostiene la idea de la existencia de la atmósfera. Replantea de manera radical el problema de las apariencias de los movimientos terrestres, sosteniendo que la gravedad es un fenómeno de magnetismo (tesis por la cual Gilbert pasará a la historia de la ciencia), así como aclarando problemas del movimiento combinado (que retomará después Galileo).
Los cometas dejan de ser fenómenos del mundo sublunar, adelantándose a las mediciones de Tycho Brahe (por las cuales también éste pasará a la historia de la ciencia). Desarrolla asimismo una serie de tesis en torno a las apariencias debidas a la luminosidad de los astros y a las distancias relativas entre ellos, permitiendo con eso aclarar muchos problemas y abriendo nuevas perspectivas a la observación astronómica. Muchas de las observaciones y experimentos que desarrollará posteriormente Galileo están preparadas por las tesis brunianas; por ejemplo, las observaciones de la Luna y el descubrimiento de las lunas de Marte, están anticipadas en La cena de las cenizas y Del infinito, universo y mundos.
Por supuesto que, como destacan los críticos de Bruno; existen muchas fantasías especulativas en medio de sus concepciones; pero hasta éstas están siendo revaloradas, como es el caso de los mencionados movimientos polar y zodiacal de la Tierra, la posibilidad de vida en otros mundos, la teleología de las funciones vitales de los movimientos terrestres, etcétera.
Sin embargo, es evidente —y esto ha constituido uno de los puntos más débiles para la revaloración científica de las concepciones brunianas— el hecho de que éstas carecen de dos bases fundamentales de la ciencia moderna: la exposición matemática y la experimentación sistemática; pues aunque no las rechazó del todo y las llegó a utilizar ocasionalmente, sí destacó las insuficiencias teóricas de ambas” y las subordinó a la argumentación.
Baste lo anterior para indicar lo importante que es la cosmología bruniana y así resaltar su trascendencia en la historia de la ciencia, en el entendido de que sólo hemos mencionado someramente y en general algunos de los aspectos más relevantes de su filosofía de la naturaleza.
Pero quizá tan importante, o aun más que estas tesis, sea la concepción ontológica que les sirve de base. En efecto, sus tesis ontológicas resultan fundamentales en el trasfondo de la ciencia, la filosofía y, en general, la concepción del mundo modernas. De particular trascendencia es su concepción de la materia, que sostiene la idea de que, como principio básico, es homogénea en todo el universo; que contiene en sí misma tanto las formas y determinaciones que observamos en la naturaleza, así como el principio de su manifestación y desarrollo; concibe la idea de que la materia está jerarquizada según los grados de la complicatio explicatio.
También sostiene que, en su sentido fundamental, la materia se identifica con el universo, con lo uno y, por consiguiente, con Dios. A partir de estas tesis desarrolla su panteísmo o teopantismo (Dios está en todas las cosas, o es el principio nuclear de éstas), el cual implica, primero, una revaloración de la materia como causa y principio de lo existente; segundo, la concepción de un principio intrínseco del movimiento y el cambio, que se vincula a una idea compleja y relativamente novedosa del alma; tercero, la asunción de la idea cusaniana de perfección del universo, y en particular de la Tierra, frente a la concepción aristotélica de la perfección descendente en el universo, en la cual el mundo celeste está constituido de éter, sustancia de la perfección, y el sublunar de los cuatro elementos, cuya mezcla da lugar a la generación y la corrupción y, por consiguiente, a la imperfección.
Las tesis ontológicas de Bruno se tornan difíciles aun para los especialistas debido a que la materia tiene múltiples manifestaciones, de acuerdo a sus grados de complicación o explicación, según se trate de una naturaleza naturalizante o naturaleza naturalizada. La problemática de los vínculos materia-forma-alma, de la función como causa o principio, de la jerarquización de sustancia-elementos-compuestos-entes-mónadas-átomos, de la relación materia-unoDios-universo, de la correspondencia entre lo uno y lo múltiple, de la complementariedad entre lo máximo y lo mínimo, etcétera, constituyen el trasfondo metafísico básico de las nuevas concepciones de la ciencia y la filosofía. Y cuya riqueza teórica es tal, que de ellas surgirán posiciones disímbolas.
¿Por qué La expulsión de la bestia triunfante?
Las concepciones de Bruno sobre el hombre, la moral y la historia son, en cierto sentido, consecuencia de sus tesis ontológicas y cosmológicas. El Nolano concibe al hombre a la manera típica del Renacimiento, como microcosmos, pequeño universo o totalidad; no obstante, él le da un significado más profundo a esa idea, ya que considera que en el ser humano se da la unidad básica de materia-forma, cuerpo y alma, siendo ésta la forma intrínseca de aquél. Como modo de la explicatio de la materia-Dios, el hombre no es un ser caído ni imperfecto (siguiendo a Aristóteles, Bruno concibe lo perfecto en función de la especie); por el contrario, de alguna manera expresa a la divinidad, contiene a Dios en el núcleo de su ser. Su materialidad ya no es pensada como causa de defecto, privación o limitante; sino, por el contrario, de potencia, realización y perfección del individuo y la especie, sin contraponerse con el alma.
La mujer es revalorada al igual que la materia. Ni esta última es la casi nada, puesto que contiene en sí a las formas y el alma como principios intrínsecos, y es por ello la fuente generadora de todos los seres; de igual modo, la mujer no es vista como defectuosa frente al varón (Isabel de Inglaterra vendría a ser un buen ejemplo concreto de esta capacidad de perfección en la mujer).
Sin embargo, como se puede apreciar en la “Epístola explicativa” de La expulsión de la bestia triunfante, lo que él denomina filosofía moral, o sea, sus ideas acerca de la historia, la sociedad y la ética, no están aún maduras, sino en gestación, en bosquejo. Y la fundamentación materialista, objetiva, de su filosofía, se estrella frente a la amarga realidad de injusticias, falta de reconocimiento, abusos, necedad, pedantería, farsa social (en particular en el mundo académico), enajenación y cobardía intelectual.
Bruno tiene clara la idea de que el fundamento del ser humano es su trabajo, su práctica, y que ésta deriva de las necesidades; y en forma desarticulada entiende que la realidad humana no es estática y plantea una idea del progreso, de desarrollo histórico ascendente. Pero al mismo tiempo observa los males de su tiempo (guerras, hambrunas, represiones, abuso de la religión y del poder, injusticias, farsas, corrupción) y otras imperfecciones del ser humano, en especial las vividas en carne propia, y entonces desespera en su línea teórica y salta hacia el mundo de la subjetividad, del voluntarismo e, inclusive, del esoterismo y la irracionalidad.
Surgen así en el Nolano una serie de contradicciones internas que lo hacen debatirse —en el campo antropológico— entre la objetividad de su materialismo panteísta y la subjetividad de sus resentimientos y aspiraciones, dando lugar a posiciones muy diferentes: de una parte, un cierto determinismo, en el que la providencia alcanza a los mínimos, a los detalles; de otra, un voluntarismo individualista. Por supuesto, Bruno trata de resolver estas dificultades, pero nunca lo logra por completo. Se asemeja en esto a Platón, quien se sumerge con frecuencia en estas alternativas sin solución satisfactoria, buscando constantemente nuevas posibilidades.
En estas contradicciones la moral y la religión terminan escindidas, para lograr por esta vía quizá algo de congruencia: por un lado, éstas con un carácter coactivo, determinadas por principios extrínsecos a los sujetos, con argumentos que se acercan al maquiavelismo o a la realpolitik, apropiadas para las masas; por otro, modalidades de aquéllas apropiadas al sabio (podríamos decir a Bruno), en las que el conocimiento y la razón le proporcionan al sujeto normas y principios intrínsecos (muy cercanos al imperativo categórico kantiano), con autodeterminación de la conducta moral, libertad plena de conciencia y aproximación a Dios por el camino del conocimiento de la realidad.
No obstante sus apreciaciones objetivas, o quizá por ellas, el Nolano observa una serie de limitaciones y defectos en el ser humano, tanto individual como colectivamente, que cree es tiempo de corregir; tal es el caso de los males antes señalados y otros más que aborda en sus diálogos morales, y en particular en el que estamos presentando.
Bruno emprenderá una reforma especulativa de la realidad, una auténtica utopía, que es el objetivo fundamental de La expulsión de la bestia triunfante. Pero, al desesperar ante la realidad, se va hacia el refugio personalizado, el de los furores heroicos, entrando en acción la contradicción entre sus pretensiones sociales (reflejadas en la idea de Consejo de los Dioses, que representa a los consejos reales, el modelo parlamentario de la época) y su actitud individual, elitista, intelectualista.
Esto y más representa La expulsión de la bestia triunfante. En ella se expresan los problemas más íntimos de Bruno, una lucha interior que sólo concluirá con su muerte y que expresa la vida misma del Renacimiento. Las obras cosmológicas y ontológicas del Nolano poseen mayor valor teórico, contienen las aportaciones más puntuales al desarrollo intelectual, son más coherentes, establecen tesis más redondeadas; pero también son más pobres en lo tocante a la vida de su autor, no muestran de igual forma la actividad creadora y reflexiva, no expresan de la misma forma las luchas y contradicciones del hombre del Renacimiento.
No pretendemos darle mayor valor a ésta que a las otras obras de Bruno. Por el contrario, en la “Bibliografía” indicamos traducciones de sus libros al español con objeto de acercar al lector a ellas. Pero cuando iniciamos la traducción de La expulsión de la bestia triunfante no había ediciones de ella en nuestro idioma, y sí en cambio existían de los diálogos italianos cosmológicos y ontológicos, por lo que nos pareció más apropiado publicar éste, presentando al público una obra rica en referencias al autor y a su realidad histórica.
Por lo demás, esta obra manifiesta las dotes literarias del Nolano, entendiéndose así por qué se le incluye como una de las figuras más destacadas de la historia de la literatura italiana.
Para nuestro gusto no es una obra muy equilibrada desde el punto de vista literario, pero en cambio es muy rica en manifestaciones de todo tipo. Tiene mucho de comedia, por lo que está emparentada con Il candelaio; es una crítica social de primer orden, por lo que es una fuente histórica preciosa para el estudio del Renacimiento; asimismo es autobiográfica en diversos aspectos, lo que permite profundizar en la personalidad del Nolano; en momentos es lo que se propone Bruno en la “Epístola explicativa”: un bosquejo de su filosofía moral, lo que nos acerca a un punto medular de su sistema filosófico; a ratos es una manifestación erudita, sobre todo en lo relativo a la mitología grecorromana, lo que permite una revisión del humanismo renacentista; con frecuencia linda en los núcleos esotéricos, aunque sea en forma irónica, lo que nos da otra perspectiva fundamental de la época; además, está llena de apuntes varios sobre asuntos teóricos (v. gr. de las artes plásticas), costumbres, juegos, etcétera, satisfaciendo así otros campos de nuestra curiosidad.
También tiene zonas oscuras que para algunos serán desagradables, como las críticas a religiones positivas y a determinados núcleos humanos, pese a que Bruno sustenta la tolerancia religiosa. Sin embargo, es preciso comprender que el fanatismo, el dogmatismo, los prejuicios, las guerras de religión, la Inquisición y el afán de suprimir a las demás creencias, son fenómenos reales que Bruno quería combatir y que le habían afectado personal y socialmente. Tampoco debemos olvidar que esta obra servirá a la Inquisición como prueba en la condena de Bruno, ni que será por ello objeto de curiosidad morbosa desde el siglo XVII.
Pasando a la estructura de la obra, podemos decir con Guzzo que la selección de la forma dialogada no es, de ninguna manera, gratuita. El diálogo se presta a las formas teóricas en emergencia, en construcción, puesto que permite buscar temas, oponer tesis, reafirmar argumentos y pulir ideas, en un manejo más libre que en otras modalidades. Como dice Ciliberto: “En efecto, fundar el carácter del diálogo bruniano —distinguiéndolo de otras formas de la literatura renacentista— es precisamente la visión de una vida que penetra toda cosa, homogéneamente, fuera de cualquier distinción de valor y dignidad prestablecidas”.
El diálogo bruniano permite una mezcla de lo literario con lo teórico, lo destructivo de la crítica con lo constructivo de la concepción, lo serio con lo jocoso, la descripción junto a la explicación, la imaginación al lado de la abstracción, la metáfora y la idea, lo fácil y lo difícil, lo simple y lo complejo.
Estas características comunes a los diálogos brunianos se vuelven superlativas en La expulsión de la bestia triunfante. El contenido se presta a esta circunstancia, ya que aquí enfrenta problemas singularmente delicados y peligrosos, de ahí también parte de las dificultades para la traducción y lectura de la obra.
En efecto, Bruno es consciente de que buena parte de lo que aquí expresa resultará molesto para muchos, cuando no abiertamente ofensivo: católicos, calvinistas, luteranos, anglicanos, judíos, son tocados en distintos grados y aspectos religiosos; los poderosos gobernantes, en especial el papa y el rey de España, son blanco de otros ataques; miembros de la nobleza e intelectuales ingleses son directa o indirectamente aludidos por diferentes razones; los vanidosos, necios, pedantes, corruptos, incontinentes y demás sustentantes de los vicios mencionados en la obra se sentirán retratados; y así por el estilo con las demás críticas y comentarios, que abundan en la obra, que darán por resultado enemigos seguros de ella.
Es cierto que Bruno busca atenuar estos efectos para algunos casos (en otros se regodea con la referencia explícita y abierta), aunque creemos que no siempre lo logra. El disfraz de la mitología es uno de sus medios favoritos; otro es el lenguaje ocasional y premeditadamente confuso de algunos pasajes; uno más es el doble sentido; otro, el de las referencias esotéricas; y así, también, las metáforas, los símbolos, las indicaciones coyunturales, algunos calificativos y cuantos recursos (que son muchos los que tiene) se le vienen en mientes y que presta la ocasión los utiliza. Pero muchos de estos vericuetos mentales y literarios pueden escapársele a los lectores, aun a los más avezados a ellos y conocedores del ambiente de la época, lo que constituye a la vez una dificultad y un reto. Hemos tratado de dar las pistas mediante la traducción o las notas, pero no siempre ha sido posible.
La obra encierra de principio algunos enigmas. Uno, relativamente dilucidable, es la extensión de la “Epístola explicativa”, comprensible por la necesidad que tiene Bruno de aclarar a Sidney los problemas con Greville y prevenirlo contra los ataques que sabe generará este nuevo libro, máxime por sus contenidos político-ideológicos. No obstante, cabe destacar que este tipo de epístolas son parte clave de las obras de Bruno, y que contienen una riqueza nada despreciable, aunque por lo general son de corte serio y abstracto. Otro enigma es la división en tres diálogos, subdivididos a su vez en tres partes, lo que puede tener algún significado especial: ¿una especie de Eneadas, a la manera de Plotino?, ¿simbolismo numerológico o cabalístico? Resulta demasiado audaz afirmar alguna de estas u otras hipótesis. Algo significativo es la división informal de la obra en los dos hemisferios, que corresponden a sus constelaciones y signos, que a su vez representan vicios y virtudes, lo que bien puede ser producto de la disposición existente o tener algún simbolismo adicional; En lo personal, nosotros no creemos que se deba dar una interpretación específicamente esotérica del libro, pues pensamos que es un recurso y no un fin el uso de textos, metáforas, figuras y otros elementos, y que la estructura responde a un plano racional.
A estas características y dificultades habría que añadir las propias del estilo y lenguaje de Bruno. En efecto, su estilo es peculiar porque no es homogéneo ni rutinario, sino que varía de acuerdo a los contenidos, la importancia del asunto, las dificultades teóricas o ideológicas, la ductilidad literaria de algún tema o pasaje, la afectación subjetiva para el autor, el contexto, la tipología de sus personajes literarios, la ambientación que pretende en ocasiones, etcétera.
Así, a veces se presenta un diálogo ágil, entretenido, comprensible; otras se topa uno con largos, confusos y difíciles monólogos; unas ocasiones es trivial y hasta frívolo, otras serio y riguroso. Pero creemos que siempre tiene una intencionalidad precisa y su forma un significado.
Por lo que toca al lenguaje, presenta serias dificultades, ya que tampoco aquí es homogéneo, porque puede presentar pasajes enteros con indiscutible rigor terminológico y sintáctico o, por el contrario, forzar con relativa facilidad la expresión hacia formas populares, arcaizantes, confusas, simplonas, equívocas, de doble sentido, etcétera. A esto debe agregarse que por su origen maneja términos y expresiones napolitanas y españolas, por su formación eclesiástica utiliza muchos latinismos y algunas palabras de origen griego y hebreo, por sus viajes y observaciones también emplea buena cantidad de extranjerismos y barbarismos, por su cultura usa arcaísmos y palabras y giros poco usuales.
De manera que resulta indispensable al traductor estar atento a todas estas circunstancias para lograr un máximo de fidelidad (hasta donde es factible) de tal riqueza y complejidad de expresión, así como de ideas y concepciones en la versión a otra lengua. Por semejantes razones es que preferimos mantener la estructura del texto, la sintaxis y la terminología lo más fiel posible a la obra original, evitando al máximo la tentación de recreaciones deformantes, aclaraciones grotescas, simplificaciones mutilantes o traducciones traidoras.
Pese a todo lo señalado es preciso decir que el texto de la obra es tal que resulta altamente sugestivo, conserva vigencia en sus contenidos básicos, entretiene, hace reír, provoca enojos, emociona, perturba, explica, añade conocimientos y, sobre todo, mueve a la reflexión.
Para el establecimiento del texto hemos utilizado la edición crítica (ya clásica) de Giovanni Gentile, actualizada por Giovanni Aquilecchia, si bien para algunos pasajes también empleamos la antigua de Paolo de Lagarde. Respecto a las notas, como ocurre en casi todas las ediciones recientes de la obra italiana de Bruno, usamos como base el aparato crítico elaborado por Gentile, si bien da muchas cosas por supuestas y la mayoría de sus anotaciones se refieren el establecimiento del texto en italiano, por lo que resultaba inútil recogerlas. Tampoco quisimos reproducir la gran cantidad de notas extraídas de un apostillador napolitano anónimo, porque en muchos de los casos se trata de simples comentarios interesados y, en otros, de interpretaciones dudosas. Utilizamos algunas de las notas de Augusto Guzzo, aunque desafortunadamente su edición es incompleta por ser antológica. En cambio, decidimos ampliar de manera considerable las notas relativas a pasajes mitológicos, astronómicos, históricos y geográficos, pues la comprensión de distintos pasajes depende de las referencias de este tipo. Los corchetes son añadidos nuestros a las notas de Gentile y Guzzo. Aquellas que no llevan referencia expresa han sido preparadas por nosotros.
Finalmente queremos agradecer la valiosa colaboración de la doctora Alma Vallejos Dellaluna por la revisión de la traducción de los textos latinos, de la señorita Martha González y de la señora Eugenia Bribiesca en la mecanografía de este material.
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