Título: Diálogos acerca de dos nuevas ciencias.
Autor: Galileo Galilei.
Autor de la introducción: Teófilo Isnardi.
Edición: Primera
Publicación: Buenos Aires
Editorial: Losada
Año: 2003
Páginas: 400
Prólogo del Dr. Teófilo Isnardi.
Galileo Galilei (Pisa, 1564; Arcetri, 1642) no fue solamente uno de los más grandes físicos de todas las épocas por sus descubrimientos en esta ciencia, sino más bien el fundador de la física y el creador de su método.
Suele atribuirse, especialmente en Inglaterra, este último mérito a su contemporáneo Francis Bacon, barón de Verulam (1561-1626), quien en 1620 publicó su célebre libro Novum Organum, en que debate los principios de la filosofía aristotélica como fundamento de las investigaciones naturales. Pero el método propuesto por Bacon, que podría denominarse empirismo, difiere fundamentalmente del de Galileo, que es el método de la física. Basta para demostrarlo, el menosprecio de aquel por la matemática, a la que asignaba solo una importancia secundaria para el estudio de la naturaleza, frente al constante y eficaz empleo que de ellas hacia Galileo. Por otra parte “mejor que hablar sobre el método, hubiera sido operar con él, como Galileo lo hacía desde muchos años antes de la aparición del libro de Bacon. Y ¿Cómo siguió el mismo Bacon sus propios consejos? Intentó investigar, por ejemplo, cuales cuerpos se mueven por la gravedad y cuales por la ligereza, y determinar los límites de ésta, y decidir si el aire es un cuerpo, pesado, o ligero. Disminuyó 19 distintas clases de movimientos, y entre ellas, el movimiento por horros al movimiento. ¡Y sin embargo, combatió contra las explicaciones mediante causas finales!” Finalmente, rechazó desdeñosamente el sistema de Copérnico, que con tanta eficacia ¡y tanto perjuicio, personal! defendió Galileo.
También el celebrado Discurso del método, de Descartes (1637), suele considerarse como el fundamento de la ciencia moderna. En otro lugar he comparado el método cartesiano con el de Galileo, y creo haber rebatido con éxito aquella opinión. Descartes intentó el último sistema racionalista y sintético para la investigación de la naturaleza; Galileo fundó el método experimental. Sin contar con que a la publicación del Discurso la obra galileana, de muchos años, estaba ya terminada, aun cuando los Discorsi e dimostrazione matematiche intorno a due nouve scienze, terminados de redactar varios años antes y que fueron el último de sus libros que alcanzó a ver impreso el eminente italiano, aparecieron un año después (1638).
“En Galileo se aúnan Bacon y Descartes, superándose así la ‘ceguera’ del puro empirismo y los ‘extravíos’ del puro racionalismo”; lo cual solo es completamente verdad si se aclara que la obra científica del primero fue anterior a las publicaciones de los otros dos.
No tuvo, pues, Galileo precursores en cuanto al “método”; pero tampoco los tuvo en cuantos a sus descubrimientos sobre mecánica. Cuando él inicio el estudio del movimiento, toda la dinámica conocida y aceptada podía resumirse en algunas frases de la Física de Aristóteles: “Si la misma fuerza mueve al mismo cuerpo en tal tiempo, y según tal cantidad (espacio), en la mitad de tiempo lo moverá en la mitad de esa cantidad”; es decir: una fuerza constante actuando sobre un cuerpo le imprime un movimiento uniforme; afirmación errónea, como lo demostró Galileo. “Si una fuerza completa ha movido (a un cuerpo) cierta cantidad (espacio), la mitad de la fuerza no lo moverá tal cantidad (en ningún tiempo)”. Es decir: por debajo de un cierto mínimo, que depende del cuerpo, la fuerza no producirá ningún movimiento; concepto también erróneo; y así siguiendo.
Galileo debió liberarse de todas estas ideas erróneas y demostrar que lo eran, tarea difícil por cuanto ellas parecen fundarse en un gran número de experiencias, desde luego groseras, a saber: siempre que “resistencias pasivas” influyen sobre el movimiento. Por eso en sus escritos, tan frecuentemente, sostiene polémica contra Aristóteles.
Los Diálogos acerca de dos nuevas ciencias están escritos en forma de diálogo, y se los designa también así. Intervienen tres interlocutores: SALVATI, que representa a Galileo; SAGREDO, espíritu culto de la época; y SIMPLICIO, filósofo peripatético, que frecuentemente invoca las opiniones de Aristóteles. Se incluyen en ellos seis Jornadas; pero las dos últimas fueron agregadas después de la muerte de Galileo, de acuerdo con notas póstumas; quedaron posiblemente inconclusas y su ordenación es dudosa. No se incluyen en esta edición.
De las jornadas “primera” y “segunda”, aquella puede considerarse como una introducción, pues diversos asuntos que solo se mencionan en ella serán tratados extensamente en las dos últimas. La jornada segunda se refiere a la resistencia a la ruptura de los sólidos, especialmente cilíndricos. En ella, haciendo caso omiso –como lo dirá después—de “algún profesor de los más estimables que considera viles” sus resultados “por depender de fundamentos muy bajos y populares; como si la más admirable y estimada condición de las ciencias demostrativas no fuera salir de principios conocidísimos, entendidos y aceptados por todos”, utiliza observaciones sencillas y la ley de equilibrio de la palanca—de la que expone una demostración propia—para deducir interesantes proposiciones y resolver problemas ilustrativos sobre dicha resistencia.
Las jornadas “tercera” y “cuarta” tratan especialmente de la dinámica. De ellas dijo Lagrange: “Nunca podrán ser suficientemente admiradas; fue necesario un genio extraordinario para producirlas”.
Galileo es, además, considerado como el más grande escritor italiano de su siglo. En la presente traducción se ha procurado conservar, en lo posible, sus giros de lenguaje y su belleza de sabor arcaico.
Tuvo también perfecta conciencia de la importancia de su obra. Por eso le hace decir a uno de sus interlocutores al final de la tercera jornada: “Creo, verdaderamente, que así como las pocas propiedades (diré, por ejemplo) del círculo, demostradas en el tercero de los Elementos de Euclides, conducen a innumerables actos más recónditos, así también las producidas y demostradas en este breve tratado, cuando cayera en las manos de otros ingenios especulativos, serian el camino hacia otras, y otras más maravillosas; y es de creer que así sucedería, por la nobleza del asunto sobre todos los otros naturales” ¡Admirable profecía que la mecánica analítica ha realizado!
Galileo no emplea la notación algebraica, entonces desconocida en Europa; para facilitar su lectura la hemos agregado en las notas correspondientes. Además, solo utiliza proporciones entre magnitudes, y por eso introduce a menudo en sus raciocinios segmentos auxiliares. Aquella notación permite en tales casos abreviar las demostraciones; y así lo hemos hecho. Tal vez algunos lectores las prefieran en esta forma.
Creemos que la lectura de este libro será altamente instructiva, no solo para los estudiantes, sino también a los profesores de física. Encontrarán en él modelos de exposición sencilla, en lenguaje llano, de temas científicos, sugerencias y ejemplos didácticamente útiles; problemas y ejercicios adecuados para la enseñanza. Quienes no se dediquen a ésta ampliarán, sin duda, su cultura con el estudio de un de los tratados clásicos de la ciencia, y de los pocos que pueden ser comprendidos no siendo especialista; aparte de que el conocimiento de las obras geniales y el placer de apreciarlas directamente es la suprema satisfacción del espíritu.
Teófilo Isnardi, Buenos Aires, diciembre de 1944.
Prólogo del traductor.
La obra.
La obra de Galileo Diálogos acerca de dos nuevas ciencias, aparece ahora por primera vez en su correspondiente versión castellana. Otros trabajos del mismo autor gozan tal vez de mayor popularidad, pero es éste el exponente más cabal de la labor científica, de Galileo; así lo reconoció él mismo expresamente en sus cartas, más para convencernos de ello bastaría con solo recordar el proceso de su formación dentro de la vida de su autor. Los fundamentos de esta obra deben buscarse en el magisterio de su autor en Padua, pero ella fue continuamente enriquecida a través de los largos años que Galileo dedicó a la ciencia matemática hasta el fin de su vida, pues fue la última en ser publicada durante los días de su autor. Además el ahínco con que Galileo procuró la publicación de sus Diálogos acerca de dos nuevas ciencias, nos hace ver perfectamente la importancia que él les atribuía. Su primera providencia para que sus escritos no se perdiesen (según afirma en la Dedicatoria) fue enviar ejemplares manuscritos a Alemania, a Flandes, a Inglaterra, a España y también a algunas ciudades de Italia. Mas no por ello cejó Galileo en su empeño de buscar editores para su obra. Giovanni Pierni, entonces en Alemania al servicio del Emperador, le sugirió (4 de enero de 1635) que podría publicarla fácilmente en Alemania. Fra Filgenzio Micanzio puso todo su empeño en conseguir los permisos necesarios para su publicación en Venecia, pero obtuvo de Roma la respuesta de que había divieto generale de editis omnibus et edendis. También intentó Galileo interesar en la publicación a Pierre Carcaville en Tolosa y a algunos otros amigos suyos en Lyon. Las dificultades parecían insuperables, pero en mayo de 1636 pudo celebrar en Arcetri una entrevista con L. Elzevir, quien ya antes había publicado algunos trabajos de Galileo, y se avino a publicarle también éste. En septiembre partía a Venecia llevando consigo un manuscrito de Las dos nuevas ciencias. En julio de 1638 estaba ya impresa; en abril de 1639 había ejemplares en Venecia, pero solo en diciembre del mismo año, llegaron algunos a manos de Galileo.
La traducción
Nuestra traducción de Las dos nuevas ciencias (la primera que aparece en castellano), fue hecha sobre la edición nacional italiana de 1898, dirigida por Antonio Favaro. Esta edición crítica reproduce fielmente la editio princeps de Leyden; además introduce a pie de página (indicando en cada caso su procedencia) las adiciones y aclaraciones que Galileo dejó escritas de su propia mano sobre algunos manuscritos o ejemplares de la misma obra. De modo que sin desvirtuar en nada la editio princeps, ofrece una edición corregida y aumentada por su mismo autor. Estas adiciones proceden de los códices siguientes:
1.- El que Antonio Favaro llama códice A; se refiere a un manuscrito del siglo XVII, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Florencia.
2.- El llamado códice G; es otro apógrafo también conservado en la Biblioteca Nacional de Florencia. Coincide con el apógrafo original de la edición de Leyden, pero en él introdujo el mismo Galileo muchas adiciones, no solo marginales e interlineales, sino también en interfolios.
3.- También se conservan algunas adiciones sobre un ejemplar de Leyden que Galileo regaló al P. Clamente Settimi o P. Clemente de las Escuelas Pías.
Para hacerse cargo de las muchas y serias dificultades que hemos tenido que vencer en la presente traducción es necesario tener en cuenta lo siguiente. La obra se compone de dos pastes, una no dialogada, escrita en latín, y otra dialogada escrita en italiano. Ahora bien, Galileo era un perfecto humanista al mismo tiempo que gran conocedor de todos los resortes del italiano de su tiempo, hasta tal punto que muchas de sus páginas pueden servir de modelo del italiano literario del siglo XVII. Además, escribe de ciencias físico-matemáticas, las que hasta él habían sido tratadas en términos escolásticos. En otras palabras, no existían en realidad las ciencias físico-matemáticas (de ahí el título de su obra Discursos y demostraciones acerca de dos nuevas ciencias), y por consiguiente no existía tampoco el lenguaje de fórmulas o el lenguaje matemático moderno (mucho menos todavía en la parte escrita en latín), por cuyo motivo usa de perífrasis, giros y razonamientos pintorescos, pero difíciles y engorrosos; usa un mismo vocablo empleado en sentido vulgar unas veces y otras en sentido matemático. Todavía más, es conocedor como pocos de la filosofía que predomina en su tiempo, y el latín; por ello, a veces los vocablos que emplea están tomados en sentido filosófico-escolástico, otras veces en sentido etimológico. Viene a agravar todas estas dificultades la tendencia a escribir en párrafos excesivamente extensos (hasta tres páginas en cuarto mayor sin un solo punto y aparte), y el estar la obra escrita en dialogo (tal como lo habían hecho Platón, Cicerón, Fray Luis de León, etcétera) donde cada uno de los interlocutores representa una tendencia que le es propia, ya filosófica, ya científica, ya vulgar, y habla en los términos propios de su tendencia.
Consideramos incumbencia de todo traductor dar la idea cabal y exacta del autor que traduce sin desvirtuarla con deficiencias ni añadiduras; pero al lado de este deber existe otro no menos importante (descuidado sin embargo con mucha frecuencia) que es el de dar el color local, el sabor de la época de la obra, respetando en todo lo posible el original. Hemos procurado conseguirlo, y por consiguiente desde estos dos puntos de vista debe juzgarse nuestra traducción. A esto precisamente se debe el que hayamos dejado intactas algunas frases hechas, tales como “ex aequali”, “ex aequali in proportione perturbata”, “convertendo”, “permutando”, “sesquiquarta”, “sesquialtera”, etc.; así como el que no hayamos usado nunca signos matemáticos, como el signo +, el x, etc. Siempre que en la traducción se halla la equivalencia de esas frases o la introducción de estos signos, se debe al Dr. Teófilo Isnardi, quien tradujo en fórmulas modernas (intercaladas entre [] en el texto) el lenguaje complicado de Galileo , y tuvo a su cargo la revisión de la parte físico-matemática de la traducción. A esta misma idea de ser fieles al autor aun en lo accidental se debe el que hayamos conservado el vocablo latino entre paréntesis y en cursiva al lado del castellano que lo traduce, siempre que el aquilatamiento de la idea lo requiere, así como algunos modos en apariencia chocantes, tales como “en razón doble”, “en razón triple”, etcétera, para indicar el cuadrado, el cubo, etc.; o, también usar promiscuamente cifras y vocablos en una misma operación, pero ejemplo: 5 más siente.
Por fin, se reproducen las figuras de la editio princeps, aunque algunas no sean del todo exactas en sus medidas, porque como dice A. Favaro, “le numerose figure che ilustrano i Dialoghi, le abbiamo riprodotte in facsimile da quello dell’edizione originale, perche alcune di ese non sono puramente geometriche, ma hanno altresi qualche cosa di artistico, che ci piacque conservare; tanto piu che si puo anche congetturare che siano state disegnate dallo stesso Galileo, il quale, como e noto, era valentissimo, in quell’arte”
El diálogo.
Ya dijimos que la obra se compone de dos partes que se entremezclan, pero que se distinguen porque una está escrita en latín y no es dialogada, la otra está en italiano, y se desarrolla en forma de diálogo entre dos personajes: Salvati, Sagredo, y Simplicio. Tiene lugar en Venecia, según se desprende de comienzo de la Primera Jornada.
A propósito de estos tres interlocutores podrían citarse las palabras de Umberto Forti: “Filopo d’Averardo Salviati, de quien podríamos decir que representa al mismo Galileo, fue probablemente discípulo de Galileo en Padua. Era hijo de una noble familia florentina y una profunda amistad lo ligaba al Maestro, a quien solía recibir a diario en su Villa delle Selve, que se hizo después famosa por las observaciones astronómicas que Galileo llevó a cabo en ella…
“Giovanfrancesco di Nicolo Sagredo representa en el diálogo a la persona culta, a la mente clara y aguda, pero no especializada en el estudio de la matemática, y más todavía desconocedora de las ideas y descubrimientos últimos. Por ello lo vemos muchas veces refutando a Simplicio, pero no desde un punto de vista nuevo, sino simplemente haciéndole notar sus contradicciones. Es, en suma, el buen sentido (y quizá algo más que el buen sentido) puesto como juez entre los aristotelismos de Simplicio y el galileísmo de Salviati.
“Sagredo, de noble familia veneciana, fue primero alumno de Galileo en Padua, y después cónsul de la Serenísima…
“Simplicio no representa probablemente una persona real. Es verdad que en el Diálogo repite los argumentos con que el Pontífice solía oponerse a quienes defendían el movimiento de la Tierra, pero solo la calumnia puede atribuir al gran Físico el propósito de representar en Simplicio a Urbano VIII.
Simplicio, homónimo del gran comentarista de Aristóteles, encarna simplemente al empirista y al partidario de la filosofía peripatético escolástica”.
Ofrecemos, pues, la primera traducción castellana de Diálogos acerca de dos nuevas ciencias de Galileo Galilei. Para su autor era la principal de todas sus obras y contenía los resultados más importantes de todos sus estudios.
Jose San Román Villasante
Buenos Aires, diciembre de 1944.